Es Tino Casal EL ARTISTA más grande que he conocido jamás.
El que tenga oídos que se entere.
El que tenga boca que critique con estilo o que cierre el pico y el que tenga ojos que observe su obra, que aprenda y alegre la vista con los rojos, con los malvas, con los verdes, etc.
Puedo estar mirando sus cuadros horas, que no me cansan nunca, y mucho menos sentado con una botella de champán.
Sus reminiscencias tribales y étnicas nos recuerdan a las tan cacareadas ceremonias y ritos vudús.
La elegancia y el estilo de su obra sintetizan de un brochazo el futurismo y el expresionismo, por no decir que es kitsch y sofisticada, de luxury 100 por 100.
Sus formas, colores y volúmenes sobrepasan, en Tino, a los juegos de la imaginación y entran a formar parte de un KAOS y armonía superiores, más cercanos a la divina proporción que a las ráfagas de inspiración propias de un artista.
Sus esculturas son silenciosas formas fosilizadas de un futurismo post-nuclear, donde ángeles mutilados se entremezclan con esqueletos y demonios.
Pero si lo único que queremos es alcanzar el Nirvana, basta con contemplar sus cuadros y dejarse poseer por la magnética luz que se desprende de ellos.
Es como si hubiesen sido condenados a quedar eternamente inmóviles un instante después de haber alcanzado el éxtasis.
Y después de tanta intoxicación de dogmatismos y formalismos de modas y tendencias, de formas cursis y retorcidas, la obra de Tino Casal a finales del siglo XX es, en esencia, una invitación a introducirnos por a puerta grande en el arte del año 2000.
Es Tino Casal el más claro ejemplo del genio que vivió por delante de su tiempo, que iba por delante de las modas, porque él era la moda.
El me enseñó los secretos del Arte y me siento orgulloso de que, aparte de mi mejor amigo, haya sido mi Maestro. El maestro más genial que pueda tener un discípulo
Fabio MCNAMARA
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