Recuerdo su larga enfermedad, pasé mucho tiempo a su lado, fueron muchos días sin poder moverse atado ala cama; él que era un torbellino, allí empotrado entre almohadones. Aquella larga serie de operaciones me hacía visitar el hospital continuamente. Nunca le vi con cara agria, nunca deprimido, nunca se lamentó de su suerte, nunca criticó, las horas se pasaban con alegría, incluso unas Navidades las fiestas fueron alrededor de su cama, era el centro de la alegría.
Cuando empezó a recuperarse recorrimos todos los bares, todas las discotecas y ya, un tanto borrachos, en una esquina, él con sus muletas me miraba y continuaba la risa.
Regresó a la música con "Eloise", una canción que siempre le había fascinado, la convirtió en número uno; sus amigos fuimos los músicos falsos que le acompañamos en las televisiones, una estupenda ocasión para el petardeo, los multicolores brillos, los diversos sprays de colores para el pelo, los múltiples y variados modelazos, los misteriosos tejemanejes y, claro, las eternas y omnipresentes risas.
Fabio de él que cuando pintaba era como un gladiador que salía victorioso de todas las batallas con los colores, mejor yo no podría definirlo.
Al final, me cantó que prefería la pintura, estaba fascinado con sus abstracciones, ya no le gustaba el mundo de la música, estaba harto y desilusionado, alguien en su compañía le había vetado su último disco "Histeria 1990", fue condenado al silencio, sin ninguna promoción, pasé desapercibido.
Se fue fascinado con la pintura, casi renunciando a la música, ya no le divertía. Y como una estrella del Rock murió una madrugada, así de golpe, y yo estoy seguro, muerto de risa.
Manolo CACERES
Avila, noviembre, 1992
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